Diferencia entre revisiones de «Leyendas medievales (aragonesas, españolas, ibéricas)»

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El rey Enrique III "El Doliente" acudía por costumbre a rezar a la Catedral de Burgos. Un día mientras realizaba sus oraciones se distrajo con la presencia de una hermosa muchacha que entró en el templo con la misión de rezar ante la tumba de Fernán González.  
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El rey Enrique III "El Doliente" acudía por costumbre a rezar a la Catedral de Burgos.  
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Un día mientras realizaba sus oraciones se distrajo con la presencia de una hermosa muchacha que entró en el templo con la misión de rezar ante la tumba de Fernán González.  
 
El rey la siguió al salir hasta verla entrar en una vieja casona y, a lo largo de varios días, la misma escena se repetía.
 
El rey la siguió al salir hasta verla entrar en una vieja casona y, a lo largo de varios días, la misma escena se repetía.
 
El monarca era demasiado tímido para intentar tener una conversación con la mujer, hasta que un día ella dejó caer un pañuelo al lado del rey, el cual lo recogió y se acercó ella, se lo devolvió en silencio, sin que mediaran palabra en ese encuentro. Solo, después de desaparecer más allá de la puerta, el rey escuchó un doloroso lamento que se le clavó en la memoria sin poderlo ya desterrar.
 
El monarca era demasiado tímido para intentar tener una conversación con la mujer, hasta que un día ella dejó caer un pañuelo al lado del rey, el cual lo recogió y se acercó ella, se lo devolvió en silencio, sin que mediaran palabra en ese encuentro. Solo, después de desaparecer más allá de la puerta, el rey escuchó un doloroso lamento que se le clavó en la memoria sin poderlo ya desterrar.

Revisión de 15:44 2 ene 2018

Leyendas aragonesas

San Jorge y el dragón

San Jorge y el dragón

En la ciudad de Silca (en la provincia de Libia), vivía un gran dragón que causaba daños entre la población y los animales. Para tranquilizarlo, los habitantes del pueblo acordaron dar al dragón una persona en sacrificio y, para ello, todos los días, se realizaba un sorteo en el que salía elegida la persona que debía ser entregada al dragón. Un mal día, le tocó a la hija del rey.

La princesa abandonó la ciudad con resignación en dirección hacia el dragón. De pronto, apareció un joven caballero con armadura, montado sobre un caballo blanco. El caballero estaba dispuesto a salvarla a ella y a todos los habitantes del pueblo. Se enfrentó al dragón y libraron una gran batalla hasta que San Jorge le incrustó al dragón una gran lanza en el pecho. De la sangre que derramó el dragón, nació un hermoso rosal que Jorge entregó a la princesa después de haber ganado la batalla.

Los corporales de Daroca

El milagro de Calanda

La campana de Huesca

Los amantes de Teruel

Juan Diego Martínez e Isabel, pertenecían a dos de las grandes familias de la ciudad de Teruel, los Marcilla y los Segura. Él era un Marcilla e Isabel era hija de Pedro Segura.

Isabel y Diego, mencionado casi siempre en los relatos como Marcilla, se conocían desde la infancia y, al llegar a la edad adulta, éste le confesó su amor y el deseo de tomarla como esposa. Ella quería lo mismo, pero no accedería sin el consentimiento de su familia. Los tiempos habían cambiado y la familia Marcilla no pasaba por uno de sus mejores momentos económicos. El padre de Isabel se negó en rotundo a este enlace por esa cuestión y estableció que solo accedería con una condición: que Diego partiera a hacer fortuna por el mundo y en el plazo de cinco años recuperase la fortuna de su familia. Él aceptó e Isabel prometió esperarlo.

El padre de Isabel, sin embargo, no esperó los cinco años y, ansioso por casar a su hija, a la cual respetó hasta que cumplió los 20 años, amañó un matrimonio con don Pedro de Azagra, señor de Albarracín. Isabel, como ya habían pasado más de cinco años y no recibía noticias de su amado Diego —al que creía muerto en las guerras musulmanas—, accedió a lo que su padre llevaba años pidiéndole.

Archivo:Teruel.jpg
Los amantes de Teruel

El motivo del retraso fue que Marcilla, luchando contra los almohades en tierras de Valencia, fue seducido por una de las esposas del emir de Valencia, Zulima. Éste la rechazó y ella trató de impedir de todas las formas posibles el regreso de Diego a Teruel, a fin de que expirase el plazo de cinco años y no pudiera casarse con su prometida cristiana.

El mismo día de la boda de Isabel con don Pedro, llegan a Teruel las noticias de que Juan Diego Garcés Martínez de Marcilla había regresado a Zaragoza, con grandes riquezas y con el deseo de casarse con su amada Isabel. Se contaba que había ganado más de cien mil sueldos luchando contra los moros, por mar y por tierra, y que volvía inmensamente rico. Pero para cuando llegó a Teruel, Isabel ya se había casado con Pedro. Y aunque Marcilla trató de todas las formas posibles de recuperarla, ella, mujer honesta, se negóa tenerlo como amante. Diego se coló en la cámara nupcial de Isabel la misma noche de bodas. La conversación se complicó y pasó pronto de los delirios amorosos a las acusaciones y reproches. Al final, Marcilla, calmado, únicamente pide un beso y un abrazo a su antiguo amor. Pero Isabel, que ya es la esposa de otro hombre, se lo niega de forma brusca y vuelven los reproches. El diálogo, muy intenso, finaliza así:

ISABEL: ¡Para esto di mi mano!
MARSILLA: ¡Desdichada…!
ISABEL: ¿Qué es lo que hiciste?
MARSILLA: Tu traición revelas. ¡Impostora! -¡Y decía que me amaba!
ISABEL: ¡Hombre de maldición! ¡Ojalá nunca de Teruel las almenas avistaras! ¡Cruel! ¿Amor a reclamar te atreves de una mujer por ti despedazada? Ya te aborrezco.
MARSILLA: ¡Oh, Dios! ¡Ella lo dice! (Cae en un escaño como herido de un rayo.)  No puedo más.
ISABEL: ¡Qué miro! Se desmaya… Perdóname un momento de despecho…
MARSILLA: Isabel me aborrece… ¡Me engañaba! Aquí siento… ¡qué angustia! Yo la adoro… y ella me aborrecía… ella me mata. (Muere.)

En definitiva, Diego muere de amor despechado e Isabel muere al día siguiente, también de amor, durante el entierro del joven, no sin antes haberla dado al difunto el beso de amor que le había negado en vida.

La historia de Isabel y Diego es, sin duda, la más famosa de Aragón y todos los años se representa en Teruel, en torno al 14 de febrero, día de los enamorados (San Valentín), con la participación del pueblo. Isabel y Diego son los Romeo y Julieta aragoneses.

La Cruz del Sobrarbe

A las afueras del pueblo medieval de Aínsa se eleva un templete en recuerdo de la batalla que ganaron los cristianos a los musulmanes, una batalla en la que la leyenda dice que se les apareció una cruz en llamas sobre una carrasca, lo cual fue todo un revulsivo para las mermadas fuerzas militares de los sobrarbenses. En la actualidad, Aínsa sigue celebrando la fiesta de La Morisma en la que se rememora el triunfo de los ejércitos cristianos sobre los musulmanes a la puertas de la villa, en el año 724.

Según la leyenda, antes de la batalla, el número de musulmanes era muy superior al de los cristianos; sin embargo, éstos vencieron gracias al ánimo que les dio su jefe Garci Jiménez y, sobre todo, porque en plena lucha se les apareció sobre una carrasca una gran cruz roja resplandeciente, lo cual fue tomado como un buen presagio.

Testimonio de la enorme trascendencia de este hecho legendario es que, hoy en día, la carrasca y la cruz roja se mantienen en el escudo de la comarca del Sobrarbe y en el de la Comunidad Autónoma de Aragón.

La montaña de Formigal

Anayet y Arafita eran los dioses más pobres de la montaña, les habían despojado de sus pinares y abetales, hasta sus ganados escaseaban en sus senderos, que se habían convertido en pasos de contrabandistas. Anayet y Arafita eran trabajadores, honrados y felices y tenían una hija preciosa, la diosa Culibilla, a la que el cielo había dotado de todas las bellezas y cualidades. Nada quería saber de las pretensiones galantes de los dioses pirenaicos. Sus mejores afectos eran hacia los corderillos que competían en blancura con los inmensos heleros y glaciales que rompían el verdor de las montañas. Y más aún, amaba a las humildes y trabajadoras hormigas blancas que, durante el verano, continuaban blanqueando la montaña, hasta el punto que Culibilla la bautizo con el nombre de Formigal.

La tranquila paz se acabó el día que Balaitus se enamoró ardientemente de Culibilla. Balaitus era fuerte, poderoso, temido por todos y nadie se oponía jamás a sus deseos. Él amasaba las terribles tormentas del Pirineo y forjaba los rayos, capaces de destruir todo cuanto le rodeaba. Era violento cuando se enfadaba y hacía correr sus carros por encima de las nubes, estremeciendo hasta los cimientos de las montañas.

Culibilla lo rechazó, pero en mal momento, ya que a él era la primera vez que lo rechazaban y juró raptarla.

En tres zancadas se presentó Balaitus ante Culibilla, decidido a cumplir su propósito. Las montañas todas estaban atónitas, sin atreverse a defender a la diosa. Y dice la leyenda que entonces Culibilla, al verse perdida, gritó: "¡A mí las hormigas!" A millares acudieron de todos los sitios las hormigas blancas que empezaron a cubrir a Culibilla ante los ojos de Balaitus quien, horrorizado, emprendió la huida. Culibilla, en el colmo de la amistad y el agradecimiento, se clavó un puñal en el pecho para guardar dentro junto a su corazón a todas las hormigas: es el forau de Peña Foratata. Y cuentan que los que suben al Forau de la Peña pueden oír claramente los latidos de Culibilla, la diosa agradecida. Y aseguran también que en Formigal, desde entonces, ya no hay hormigas blancas: todas las tiene ella guardadas en su corazón.

Leyendas españolas

Papamoscas

Catedral de Burgos
Papamoscas

El rey Enrique III "El Doliente" acudía por costumbre a rezar a la Catedral de Burgos. Un día mientras realizaba sus oraciones se distrajo con la presencia de una hermosa muchacha que entró en el templo con la misión de rezar ante la tumba de Fernán González. El rey la siguió al salir hasta verla entrar en una vieja casona y, a lo largo de varios días, la misma escena se repetía. El monarca era demasiado tímido para intentar tener una conversación con la mujer, hasta que un día ella dejó caer un pañuelo al lado del rey, el cual lo recogió y se acercó ella, se lo devolvió en silencio, sin que mediaran palabra en ese encuentro. Solo, después de desaparecer más allá de la puerta, el rey escuchó un doloroso lamento que se le clavó en la memoria sin poderlo ya desterrar. A partir de entonces, la muchacha nunca volvió a aparecer por la catedral y el monarca pasaba días esperándola y buscándola por todos los rincones. Cuando trató de saber algo de ella, le confirmaron que en la casa donde le había visto entrar todos los días hacía muchos años no vivía nadie, porque todos sus habitantes fallecieron de la peste negra. Deseando retener aquella idílica visión de la joven en su memoria, encargó a un artífice que fabricara un reloj para la catedral. Éste debía reproducir los rasgos de la muchacha en una figura que, además, al sonar las horas, lanzase un gemido como el que él había escuchado y no podía borrar de su recuerdo. Desgraciadamente, el artífice no logró siquiera aproximarse a la belleza que le había descrito el monarca. A la hora de reproducir su lamento solo logró que el muñeco lanzase un graznido, que años después se optó por que desapareciera.

Ponce de León y la Fuente de la Eterna Juventud

Boabdil y la conquista del reino de Granada

Don Rodrigo y La Cava

Leyendas europeas

La dama de Shalott

Tristán e Iseo

Sir Gawain y el caballero verde

La leyenda de Excalibur

Robin Hood

Bibliografía, webgrafía

  • CALERO HERAS, José, "Tema 4. Literatura medieval", en Literatura universal. Bachillerato. Barcelona, Octaedro, 2009, pp. 54-76.
  • IBORRA, Enric, "Tema 3. Literatura medieval", en Literatura universal. Bachillerato. Alzira, Algar, 2016, pp. 54-84.

Edición, revisión, corrección

  • Primera redacción (diciembre 2017): Letraherido, Soraya Fuentes, Sabrina Yahi
  • Revisiones, correcciones: Letraherido