Dr. D. Ángel Longás Miguel
Profesor de Filosofía, IES Avempace
Discurso con motivo de la presentación del programa de actos del 25 aniversario.
Sin el lenguaje, no sabríamos quiénes somos. Sin el lenguaje, no estaríamos aquí. Y sin el lenguaje, no tendríamos un nombre.
En los rincones de nuestra memoria han estado estos tres primeros verbos: ser, estar y tener. Los dos primeros por el carácter auxiliar de la conjugación de los accidentes verbales. El tercero porque el sentido de la propiedad está atado con el de la identidad. La aleación de los tres son, o han sido, los ejes individuales y sociales de la Historia.
Los términos, aunque se anquilosan y pierden su dinamismo, no anulan su significado porque lo trasvasan metafóricamente a otros que, a modo de testigo, funcionan como adecuación inteligente a las circunstancias. Éstas son las formas de poblar nuestras ideas y de amueblar nuestras conciencias. Refugio y aislamiento, sosiego y desasosiego, soledad y compañía, son algunos cuadros que adornan nuestra casa. Abierta y cerrada, compartida y hermética, propia y ajena, son también líneas trazadas en el plano de nuestra afectividad. Cuadros, líneas..., mezcla del imaginario que se funden en esa realidad borrosa de una generación. O lo que es lo mismo sobre aquello que pensamos y hacemos siempre está la sombra de la sospecha o el fantasma de la verdad.
Ser y tiempo es lo que nos ha traído aquí y ahora. El presente es la frontera del tiempo y, al no poder vivir la eternidad, no podemos olvidarlo ni escapar a él. Nuestros ritmos nos obligan a respetar el tiempo, si deseamos vivir. Pero respetar el tiempo es una cosa y otra someterse a él.
Una generación, todas, es escultora del tiempo que oscila entre la fijación de su identidad, sus esquinas y las huellas que deja en la historia. Una generación, todas, constituye alternativas de adoración y reprobación, de amor y desprecio e incluso de indiferencia frente a los acontecimientos. En esta dialéctica parece abocada al cansancio, envejecimiento o al infortunio, ocasionados por la erosión y el desgaste. Por eso la fugacidad del tiempo define la fugacidad de la conciencia. Es una especie de fraude, porque siempre hemos querido parar el tiempo con el fin de tener un asiento firme, morada de nuestra identidad, aunque él mismo nos ha confirmado su imposibilidad. ¿Anhelo de inmortalidad? Una generación, todas, persigue esta falsa intemporalidad, pero termina por caer en el dogmatismo.
Las aristas de una generación, de todas, confieren modificaciones a la cultura. Su patrimonio está hecho de estatuas rotas, expresión de belleza segmentada, pero que indica la huella del tiempo, su evocación y reconstrucción.
El lenguaje generacional deja su huella en la Historia como justificación propia. El punto de vista de una generación representa a la vez una ganancia y una pérdida: de alguna manera, toda generación es una tragedia. Su legado a la Cultura es la proclamación del cambio de gusto, haciendo de él la esencia temporal e intemporal de la condición humana.
Este balcón del lenguaje nos permite otear el horizonte, detener la mirada y conmemorar el paso del tiempo. Ante nosotros se abre un mundo de recuerdos. Con-memorar no es más que la evocación colectiva, no es más que la memoria histórica. Al margen de la dialéctica individuo y sociedad, la libertad sólo es posible ejercerla en el curso de la Historia, sabiendo que hay que estar a la altura de las circunstancias, es decir, con-memorar es festejar, como decían ya los griegos, que lo auténticamente divino es lo sobrehumano, como el amor, porque está por encima de los avatares humanos. Por eso, lo importante es exhibir hoy las dos esculturas que ha esculpido una generación y cuyos nombres son: Mixto 10 y Avempace.
Centro de Historia de Zaragoza
21 de octubre de 2004