Diferencia entre revisiones de «El suicidio en ''Werther'', de Johann Wolfgang Goethe»

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(Relación entre el suicidio de Werther, el de William Wilson y el de Willy Loman)
(El suicidio de Werther. El suicidio en Poe, Flaubert y Arthur Miller)
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Al final de la novela, '''Werther''' pone en práctica el suicidio que antes había defendido solo de manera teórica como acto de valentía. El motivo es que pierde cualquier ilusión de tener alguna vez a su amada '''Lotte''', y por eso considera que la muerte es para él mejor que la vida. Una vez que ha tomado su decisión, la ejecuta con total frialdad: pide prestadas sus pistolas a '''Albert''' mediante una carta, manda a su criado a casa de Albert para que se las traiga, prepara una carta de despedida, pone en orden sus papeles, dispone cómo quiere ser enterrado y, por último, ejecuta su final voluntad suicida.
 
Al final de la novela, '''Werther''' pone en práctica el suicidio que antes había defendido solo de manera teórica como acto de valentía. El motivo es que pierde cualquier ilusión de tener alguna vez a su amada '''Lotte''', y por eso considera que la muerte es para él mejor que la vida. Una vez que ha tomado su decisión, la ejecuta con total frialdad: pide prestadas sus pistolas a '''Albert''' mediante una carta, manda a su criado a casa de Albert para que se las traiga, prepara una carta de despedida, pone en orden sus papeles, dispone cómo quiere ser enterrado y, por último, ejecuta su final voluntad suicida.
  
== El suicidio de Werther. El suicidio en Poe, Flaubert y Arthur Miller ==
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== El suicidio de Werther. El suicidio en Poe, Flaubert y Arthur Miller. Relaciones ==
  
 
En el libro de  '''Arthur Miller''' ''Muerte de un viajante'', '''Willy Loman''', su protagonista, al igual que '''Werther''', no ve otra salida a sus problemas más que la muerte. Ambos personajes, '''Loman''' y '''Werther''', deciden suicidarse voluntariamente; en el caso de '''Werther''' como liberación y, en el caso de '''Willy Loman''', es un medio para que su familia cobre el seguro de vida (unos miles de dólares) y sus hijos puedan tener la oportunidad de ser alguien en la vida. A '''Werther''' le lleva a tomar esa decisión el rechazo de '''Lotte''' y su imposible amor por ella; a '''Willy''', la desesperación por su fracaso laboral y personal, por el agotamiento vital en que se encuentra a sus sesenta y pico años. '''Werther''' se suicida en plena juventud. '''Loman''', a las puertas de su jubilación.
 
En el libro de  '''Arthur Miller''' ''Muerte de un viajante'', '''Willy Loman''', su protagonista, al igual que '''Werther''', no ve otra salida a sus problemas más que la muerte. Ambos personajes, '''Loman''' y '''Werther''', deciden suicidarse voluntariamente; en el caso de '''Werther''' como liberación y, en el caso de '''Willy Loman''', es un medio para que su familia cobre el seguro de vida (unos miles de dólares) y sus hijos puedan tener la oportunidad de ser alguien en la vida. A '''Werther''' le lleva a tomar esa decisión el rechazo de '''Lotte''' y su imposible amor por ella; a '''Willy''', la desesperación por su fracaso laboral y personal, por el agotamiento vital en que se encuentra a sus sesenta y pico años. '''Werther''' se suicida en plena juventud. '''Loman''', a las puertas de su jubilación.

Revisión de 05:07 28 nov 2014

Criterios de corrección

En la pregunta sobre Werther se valorará la alusión a los momentos de la novela en que el suicidio es tema nuclear: la conversación de Werther con Albert y el desenlace de la novela, la discusión moral en torno al tema y la puesta en práctica; en el final de la novela es cuidadosamente preparado: reflexiones existenciales, utilización de las pistolas de Albert, tranquila despedida de todo (escribe una carta, ordena sus papeles, dispone cómo quiere ser enterrado); el suicidio del héroe romántico.

También se valorará positivamente que el alumno relacione el suicidio de Werther con el de Willy Loman en La muerte de un viajante, de Arthur Miller.

Visión del suicidio en Werther

"No quiero verte nunca más, Werther"

Nuestro protagonista, Werther, ve el suicidio como una liberación. Mediante este acto el hombre se libera de todas las frustraciones que oprimen su corazón y su alma torturada. Werther, al ver que no puede alcanzar la felicidad que desea junto a Lotte piensa que quitándose la vida encontrará esa felicidad en el divino mas allá. Werther ve el suicidio como un acto de valentía; sin embargo, Albert, un hombre mas convencional, lo considera un acto cobarde. En la carta del 12 de agosto Albert y Werther discuten sobre este tema y se ve la diferencia de opiniones entre ambos.

Al final de la novela, Werther pone en práctica el suicidio que antes había defendido solo de manera teórica como acto de valentía. El motivo es que pierde cualquier ilusión de tener alguna vez a su amada Lotte, y por eso considera que la muerte es para él mejor que la vida. Una vez que ha tomado su decisión, la ejecuta con total frialdad: pide prestadas sus pistolas a Albert mediante una carta, manda a su criado a casa de Albert para que se las traiga, prepara una carta de despedida, pone en orden sus papeles, dispone cómo quiere ser enterrado y, por último, ejecuta su final voluntad suicida.

El suicidio de Werther. El suicidio en Poe, Flaubert y Arthur Miller. Relaciones

En el libro de Arthur Miller Muerte de un viajante, Willy Loman, su protagonista, al igual que Werther, no ve otra salida a sus problemas más que la muerte. Ambos personajes, Loman y Werther, deciden suicidarse voluntariamente; en el caso de Werther como liberación y, en el caso de Willy Loman, es un medio para que su familia cobre el seguro de vida (unos miles de dólares) y sus hijos puedan tener la oportunidad de ser alguien en la vida. A Werther le lleva a tomar esa decisión el rechazo de Lotte y su imposible amor por ella; a Willy, la desesperación por su fracaso laboral y personal, por el agotamiento vital en que se encuentra a sus sesenta y pico años. Werther se suicida en plena juventud. Loman, a las puertas de su jubilación.

En el caso del cuento de Edgar Allan Poe "William Wilson", también aquí encontramos un suicidio, pero realmente William Wilson 1 se mata a sí mismo por error, por locura, queriendo matar en realidad a William Wilson 2, su alter ego (otro yo), la imagen de su conciencia que se le aparecía continuamente recriminándole la vida crápula que llevaba, incitándole a cambiar de hábitos. En realidad, más que de un suicidio, podríamos hablar de asesinato de sí mismo.

En cuanto a Flaubert, en su obra maestra, Madame Bovary, su protagonista, Emma Bovary, también se suicida, en este caso comiendo arsénico y sufriendo terribles espasmos de agonía antes de expirar. Madame Bovary es la historia de una mujer vulgar, romántica y soñadora, que quería llevar una vida por encima de sus posibilidades. Ella acaba arruinando a su marido, comete doble adulterio y decide suicidarse cuando no puede evitar verse expuesta a la desvergüenza pública, cuando todas sus locuras van a salir a la luz pública, dado que sus acreedores han decidido embargar la casa familiar de los Bovary y todos sus bienes.

La crítica suele señalar con frecuencia que un suicidio abre el Romanticismo, el de Werther (1774), y otro suicidio lo cierra, el de Emma Bovary (1857), pues el escritor realista Flaubert era un furibundo anti-romántico y, en cierta forma, escribió su novela para ridiculizar las actitudes cursis, sensibleras y definitivamente ridículas de las muchachitas soñadoras y de los jóvenes apasionados, enfermos de romanticismo.

ANEXO 1: La carta del 12 de agosto

Werther y Albert discuten sobre el suicidio y sus opiniones son totalmente distintas: para Albert, es un acto de cobardía; para Werther, indica lo contrario, valentía. La carta es una prolepsis o anticipación del funesto desenlace de la novela. Y además, ya aparecen aquí las pistolas de Albert, que tan importantes serán más adelante en el relato.

Albert es un ser honorable, digno de aprecio, caracterizado por su rectitud; representa las viejas ideas neoclásicas: el trabajo, el conservadurismo, la razón, la familia… Werther es la juventud romántica, alocada, impetuosa, rebelde, inconformista, soñadora… Así al menos lo sintieron los lectores de la época, que se identificaron inmediatamente con el joven y lo convirtieron en su héroe y su símbolo.

Entre estos dos hombres honestos, apreciables, atractivos, está presa Lotte, una chica convencional que tendrá que optar por mantener la palabra (de matrimonio) dada al uno o romper con todo y sacrificarlo en el altar del amor. Cuando lo haga, se producirá el trágico desenlace de la novela.

                                                                     12 de agosto

"Cierto, Albert es la mejor persona bajo el sol. Ayer tuve con él una escena curiosa. Fui a su casa para despedirme de él, pues me dieron ganas de dar una vuelta a caballo por la montaña desde donde ahora te escribo, y estando paseando por su habitación me saltaron a la vista sus pistolas. «Préstame las pistolas para mi paseo», le dije. «¡Por mí...! —respondió—, pero tendrás que tomarte la molestia de cargarlas; sólo cuelgan ahí de adorno». Descolgué una de ellas y él añadió: «Desde que mi poca precaución me jugó una mala pasada no quiero saber nada más de ese artilugio.» Tenía curiosidad por saber la historia. «Estaba pasando en el campo, en casa de un amigo, una temporada de tres meses, tenía unas tercerolas descargadas y dormía plácidamente. Una tarde de lluvia, estando sentado sin saber qué hacer, se me ocurrió pensar que podían atracarnos y podíamos necesitar las tercerolas y podríamos... ya sabes lo que pasa. — Se las di al criado para que las limpiara y las cargase. Éste se puso a jugar con las criadas, quiso asustarlas y Dios sabe cómo, se le disparó el arma, estando la baqueta dentro, y ésta se le clavó a una muchacha en la mano derecha y le destrozó el pulgar. Tuve que soportar las lamentaciones y por añadidura pagarle la cura, y desde entonces dejo todas las armas descargadas. Querido amigo, ¿qué es la prudencia? No se aprende jamás a evitar el peligro. Pero...» Ya sabes cuánto quiero a este hombre, exceptuados sus «peros»; pues, ¿no se sobrentiende que no hay regla sin excepción? ¡Pero este hombre es tan honrado! que cuando cree haber dicho algo demasiado precipitado, de carácter general o dudoso, no cesa de limitar, modificar, quitarle o añadirle hasta que al final no queda nada del asunto. En esta ocasión se metió totalmente de lleno en su papel; dejé finalmente de prestarle atención, me puse triste, y con ademán decidido apoyé la boca de la pistola en la frente por encima del ojo derecho. «¡Quita eso! del medio —dijo Albert, arrebatándome la pistola—. ¿A qué viene todo esto?» «No está cargada», respondí. «Aun así, ¿a qué viene eso? —añadió impaciente—, no puedo imaginarme cómo un hombre puede ser tan loco que acabe pegándose un tiro; solamente el pensarlo me produce repugnancia.»

«¡Que vosotros los hombres —exclamé— empecéis inmediatamente sentenciando al hablar de cualquier cosa: esto es ridículo, esto es sensato, esto es bueno, eso es malo! ¿Qué significa todo eso? ¿Habéis indagado, para poder hacerlo, las relaciones internas de una acción? ¿Sabéis con certeza las causas que la producen, por qué ocurrió, por qué tuvo que ocurrir? Si tal hicisteis no juzgaríais con tanta ligereza.»

«Me concederás —dijo Albert— que ciertas acciones son inmorales sea cual fuere el móvil que las produce.»

Me encogí de hombros y asentí. «Sin embargo, amigo mío —insistí—, también aquí hay excepciones. Es cierto que el robo es un delito: pero el hombre que, por salvarse a sí mismo y a los suyos de la muerte inmediata por hambre, se lanza al robo, ¿merece compasión o castigo? ¿Quién arrojará la primera piedra contra el marido que en legítima cólera mata a su infiel mujer y a su infame seductor? ¿O contra la muchacha que en una hora deliciosa se entrega al incontenible goce del amor? Nuestras mismas leyes, esos pedantes de sangre fría, se dejan enternecer y suspenden sus castigos.»

«Eso es muy distinto —replicó Albert—, porque el hombre que se deja arrastrar por las pasiones, pierde totalmente el uso de la razón y debe ser considerado como un borracho, corno un demente.»

«¡Ay de vosotros los hombres razonables! —exclamé sonriendo—. ¡Pasión!, ¡embriaguez!, ¡demencia! Estáis ahí tan tranquilos, tan impasibles, vosotros los virtuosos reprobáis al borracho, despreciáis al insensato, pasáis de largo como el sacerdote y dais gracias a Dios como los fariseos, porque no os ha hecho como a uno de ésos. Yo me embriagué más de una vez, mis pasiones rayaron en la locura y ninguna de ambas me pesa: pues he aprendido a comprender en su medida que todos los hombres extraordinarios que han realizado cosas grandiosas, algo que parecía imposible, han sido siempre tildados de locos y borrachos.

»Incluso en la misma vida ordinaria resulta intolerable el oír gritar a casi todo el mundo ante una acción libre, noble, inesperada: "¡Ese hombre está borracho; es un loco! ¡Avergonzaos vosotros los sobrios! ¡Avergonzaos vosotros los sabios!"»

«De nuevo me vienes con tus chifladuras —dijo Albert—. Todo lo exageras y aquí, en este punto al menos, no tienes razón al comparar el suicidio, que es de lo que ahora se trata, con acciones sublimes: cuando no debe ser considerado sino como flaqueza. Porque en realidad, es más fácil morir que soportar con entereza una vida llena de penalidades.»

A punto estuve de cortar, pues no hay nada que me saque tanto de mis casillas como el que alguien me venga con argumentos triviales cuando yo estoy hablando de todo corazón. No obstante me contuve, porque ya había oído lo mismo muchas veces y más todavía me había llenado de indignación al oírlo, por eso le repliqué con cierta viveza. «¿A eso llamas tú debilidad? Te lo suplico, no te dejes engañar por las apariencias. ¿Te atreverás a llamar débil a un pueblo que gime bajo el yugo insoportable de un tirano, si al fin explota y rompe sus cadenas? Un hombre que ante el pánico de que el fuego devore su casa siente todas sus fuerzas en tensión y acarrea con facilidad una carga que en estado normal apenas podría mover, aquel que furibundo al verse insultado arremete contra seis y los vence; ¿los llamarías tú cobardes? Y, mi buen amigo, si el esfuerzo es fortaleza, ¿por qué la tensión en grado máximo ha de ser lo contrario?» Albert me miró y dijo: «No lo tomes a mal, pero los ejemplos que aduces me parece que no vienen a cuento.» «Puede ser—repliqué—, más de una vez me han reprochado que mi lógica raya a menudo en la palabrería. Veamos, pues, si podemos imaginarnos de otro modo en qué estado de ánimo ha de hallarse el hombre que se decide a deshacerse del peso de la vida, en ocasiones agradable. Porque solamente podremos tener el honor de hablar de una cosa si la conocemos y sentimos como los demás.

»La naturaleza humana —continué argumentando— tiene sus límites: puede soportar hasta cierto grado la alegría, las penas y sufrimientos, pero sucumbe en cuanto sobrepasa esa barrera. No se trata por tanto aquí de si uno es fuerte o débil, sino de si puede soportar el grado de sufrimiento, bien sea moral o físico. Y me parece igualmente absurdo tachar de cobarde a quien se quita la vida; como no sería pertinente tildar de cobarde a quien muere de una fiebre maligna.»

«¡Paradojas y más paradojas!», exclamó Albert. «No tantas como tú piensas —repliqué—. Concederás que llamamos enfermedad mortal a aquella que ataca de tal modo a la na¬turaleza que destruye en parte sus energías, en parte las inutiliza para el servicio, hasta que ya no puede valerse más por sí misma, ni es capaz de restablecer el curso ordinario de la vida mediante alguna reacción afortunada.

«Pues bien, querido, apliquemos esto mismo al espíritu. Observa al hombre en sus limitaciones, mira cómo actúan sobre él las impresiones, cómo arraigan en él las ideas, hasta que al fin una pasión creciente le roba todas las serenas fuerzas de su razón y le impulsa a su destrucción.

»¡En vano el hombre sereno y sensato contempla el estado del desdichado, vanas serán las palabras que le dirija! Viene a ser lo mismo que si una persona de buena salud se sienta al lecho de un enfermo; no podrá transferirle ni un ápice de sus fuerzas.»

Para Albert esto era generalizar demasiado. Le recordé a una joven que hacía unos días habían sacado ahogada del río y volví a contarle el caso. «Era una buena muchacha, que se había criado en el reducido círculo de las faenas domésticas, en la rutina del trabajo semanal, sin otras perspectivas de distracción que ir a pasear los domingos con las de su igual por las afueras de la ciudad, ataviada con los trapos que poco a poco había ido apañando, y tal vez, para ir al baile durante las festividades importantes; y por lo demás, pasaba las horas hablando con alguna vecina, con todo el interés y poniendo toda su alma, sobre el tema de una riña o de un chismorreo.... su ardiente naturaleza empieza por fin a sentir otras exigencias íntimas que fueron creciendo con las lisonjas de los hombres; las alegrías de antes se iban poco a poco tornando insustanciales, hasta que al fin da con un hombre hacia el que se siente arrastrada por un sentimiento desconocido, en quien a partir de ahora depositará todas sus esperanzas, se olvida de cuanto la rodea; ni ve, ni oye, ni siente si no es a él, el único, y no anhela otra cosa que a él, el único. No corrompida aún por los placeres vacíos de una inconstante vanidad, sus aspiraciones tienden a un objetivo, llegar a ser suya, quiere en eterna unión conseguir la felicidad que le falta, disfrutar unidos todos los goces por los que suspira. Reiteradas promesas selladas por la certeza de todas las esperanzas, atrevidas caricias que acrecientan sus vivos deseos, ponen cerco a su alma entera; está flotando en una vaga conciencia, en un presentimiento de todos los placeres; en grado sumo de tensión, extiende al fin sus brazos para abarcar todos sus deseos... y su amante la abandona... — Atónita, sin sentido, se encuentra al borde de un abismo; ¡solamente tinieblas a su alrededor, ninguna perspectiva, ningún consuelo, ni la más remota esperanza!, pues la ha abandonado quien era toda su existencia. No ve el vasto mundo que ante ella se extiende, ni a nadie de los muchos que podrían compensar su pérdida, se siente sola, de todos desamparada... y ciega, aprisionada por la terrible angustia de su corazón, se arroja al abismo para sofocar sus pe¬nas en esa muerte que todo lo abarca. He aquí Albert, ¡esta historia de tantos hombres! Y dime, ¿no es éste el caso de la enfermedad? La naturaleza no sabe salir de ese laberinto de fuerzas confusas y antagónicas, y el hombre tiene que morir.

»¡Ay de aquel que es testigo y pueda decir: "La loca"! Si hubiera esperado, si hubiera dejado obrar al tiempo, la desesperación se habría aplacado y habría surgido otro que la consolara. Sería exactamente lo mismo que si alguien dijese "¡Qué loco, morirse de calentura! ¡Si hubiera esperado a recuperar las fuerzas hasta que sus humores mejoraran, y se hubiese calmado el ardor de su sangre, todo se habría arreglado y seguiría viviendo todavía hoy!"»

Albert, al que no le parecía evidente la comparación, puso algunas objeciones, entre otras: que yo había traído a cuento solamente la historia de una muchacha inocente, pero que no podía comprender cómo se podía disculpar a un hombre de talento, no de tan cortas luces y de horizonte más amplio. «Amigo mío —exclamé—, el hombre es sólo hombre y la escasa inteligencia que pueda tener poco o nada cuenta cuan¬do la pasión se agita y está uno confinado por los límites de lo humano... Más bien... Otra vez hablaremos de eso...», dije y cogí el sombrero. ¡Oh!, ¡tan colmado estaba mi corazón! Nos despedimos sin habernos puesto de acuerdo. ¡No es fácil en este mundo entenderse mutuamente!"

Bibliografía, webgrafía

  • GOETHE, Johann Wolfgang: Las penas del joven Werther. Madrid, Cátedra.
  • CALERO HERAS, José: Literatura universal. Bachillerato. Barcelona, Octaedro, 2009, tema 7, pp. 126-127 y pp. 135-139.

Edición, revisión, corrección

  • Primera redacción (octubre 2014):Fátimaa
  • Revisiones, correcciones: Alba Corbacho